Santiago vive días grises y comprobarlo es muy simple, basta con subir a una azotea o mirar por la ventana. Pero en torno a esta problemática, que también afecta a otras ciudades como Coyhaique, Osorno y Talca, hay aristas económicas, científicas y climáticas que -por su complejidad- no son posibles de abordar desde una mirada cortoplacista. Los paliativos no sirven para resolver una situación de emergencia que tiene más de 100 años.
Por Virginia Lira Videla
La contaminación atmosférica que afecta a la ciudad de Santiago es preocupante. El problema ha captado ampliamente la atención de los medios y con ello, la ciudadanía también manifestó su preocupación por la calidad del aire que a diario respira. De la misma forma, las autoridades tomaron acciones en el asunto y tras 5 pre emergencias seguidas, se reestableció la emergencia ambiental para la capital, luego de 16 años sin ser decretada.
Santiago es una cuenca natural con mala ventilación, que recibe las emisiones de la V y VI regiones, además de los contaminantes producidos en el sector urbano y rural de la capital.
La situación más grave se desprende de la cantidad de PM 2,5 (partículas en suspensión que se encuentran presentes en el ambiente) que se respiran a diario, ya que en resumen, son un cóctel de hollín, aerosoles orgánicos y óxidos de nitrógeno, que afectan gravemente la salud.
Esta situación se agrava en invierno y aún más si se enfrenta un año seco. Pero, ¿realmente vivimos bajo un manto de gases irrespirable?, ¿no ha mejorado la situación en 30 años?, ¿paralizar las industrias, la circulación vehicular y los calefactores a leña, descontamina efectivamente la ciudad?
El director del Centro Mario Molina en Chile, Gianni López, explica cuál es el real nivel de información que tenemos sobre la calidad del aire y cuáles son las medidas estructurales efectivas para reducir las cifras actuales.
“Estimamos que para descontaminar Santiago se deberían gastar en los próximos 5 años, US$700 millones, de los cuales el 50% corresponden a inversión pública y el resto a privada, sin considerar los costos en salud que son mucho mayores que eso”, afirma el experto.
Pero no todas son malas noticias. “En la capital, desde 1989 existe una red que monitorea la calidad del aire. Por aquel entonces, se compraron instrumentos capaces de medir PM10 y PM2,5, y si bien eran básicos y manuales, permitieron construir una historia del comportamiento de estas partículas y recopilar información importante sobre los niveles presentes en el ambiente. Por ejemplo, Buenos Aires y Montevideo no cuentan con esta tecnología y -por lo mismo- para nosotros es cuestionable la aseveración de que Santiago se encuentra entre las ciudades más contaminadas de América Latina, porque no existe información contra la cual compararla. Durante el gobierno de Sebastián Piñera, por primera vez hubo una norma sobre el material particulado de 2,5, pues antes se hacía la medición del aire considerando el PM10”, explica Gianni.
En la década del ’90, el nivel de contaminación superaba al de hoy, y de la mano del crecimiento económico se ha podido reducir, en una curva inversamente proporcional (ver gráfico).
Incluso las estadísticas de mortalidad han disminuido considerablemente. En 1997, de cada 100 personas fallecidas en Santiago, cerca de 14 o 15 eran por causas derivadas de la mala calidad del aire. A fines de la década pasada, esta cifra se redujo a la mitad.
Medidas estructurales
Trinidad Lecaros es economista del Instituto Libertad y durante los últimos meses ha trabajado arduamente en levantar un informe sobre la contaminación atmosférica en Santiago.
Para la profesional, en el plan de descontaminación que se preparó para Santiago, hay ciertas medidas que fueron tomadas sin tener estudios que las justifiquen de manera certera. Una de ellas es la prohibición del uso de leña como combustible, argumentando que el 49% del PM2,5 proviene de esta fuente. Sin embargo, a los investigadores del Instituto Libertad la cifra no les resultaba lógica, por lo que realizaron su propio estudio.
Éste determinó que en la RM existen cerca de 101 mil calefactores. El 19% de éstos se encuentran en el Gran Santiago y el resto en la zona rural, en donde -de acuerdo a una encuesta aplicada a diversas familias- el tiempo de uso diario destinado es de 9,8 horas.
Considerando lo anterior, se determinó que la contaminación generada por el 19% era de 7 gramos por hora, mientras que el 81% restante, es decir, la correspondiente a zonas rurales, era de exactamente el doble. A modo de referencia, los calefactores a leña que se comercializan en el mercado, van de 1,6 a 7 gramos por hora.
El total de emisiones de MP2,5 era de 1.130 toneladas por año, lo que representa un 17% de los contaminantes, muy lejano al 49% que manejaba el Gobierno.
“El plan de prevención y descontaminación de la Región Metropolitana fue elaborado para reducir las emisiones de MP10, pero ahora el problema lo generan las MP2,5, pues se ha comprobado que causan un daño mayor en la salud de las personas. Hasta que este plan no se ajuste a las fuentes contaminantes actuales, se están aplicando soluciones a una situación obsoleta y entiendo que el nuevo plan del Gobierno entrará en vigencia en 2016, pues se encuentra en etapa de estudio”, explica Trinidad.
Para Gianni López, las medidas estructurales son las que han permitido mejorar el estado del aire y disminuir los niveles. Estas son: sacar de circulación los buses de la locomoción pública más antiguos, reducir la dotación e implementarles mayor tecnología, como filtros.
En 1992 aparecen los vehículos con sello verde, lo que lleva a regular el mercado automotriz, limitando la emisión de partículas de los autos más antiguos. Hoy tenemos en el mercado cerca de 2 millones de autos y la polución no ha aumentado. Eso es porque los autos nuevos que ingresan son mucho más limpios que antes.
Debemos reconocer que el Ministerio de Transportes tiene un muy buen control sobre el mercado automotriz, lo que se da muy pocas veces en países en vías de desarrollo.
También se tomaron medidas restrictivas con los calefactores. Antiguamente estaban permitidas las chimeneas, luego se restringió su uso a solo aquellas con doble cámara. Hoy todas están restringidas.
En cuanto al diésel, ENAP hizo una importante inversión para disminuir el contenido de azufre presente en este hidrocarburo, pasando de 5 mil ppm a 3 mil ppm. En la actualidad, el máximo es 15. Además, para producir el que hoy se vende en Santiago, la empresa debió invertir cerca de US$700 millones en mejorar las refinerías.
Las industrias también están fuertemente reguladas. En Santiago, existen alrededor de 15 mil que tienen chimenea, pero de ese total solo 100 son responsables del 80% de las emisiones.
En concreto, la emergencia ayuda mucho a descongestionar la ciudad del flujo vehicular, pero queda en evidencia que no influye en los niveles diarios de contaminación.
El valor de prevenir
Es sabido que en el caso de las industrias, paralizar su normal funcionamiento en una alerta ambiental tiene un costo de aproximadamente US$8 millones diarios solo en la Región Metropolitana, y a nivel fiscal, este alcanza los US$100 millones.
Por lo anterior, todos los actores involucrados en la emisión de contaminantes se muestran interesados en colaborar en la búsqueda de medidas que ayuden de manera permanente a prevenir esta situación.
Al respecto, el presidente de ASIMET, Juan Carlos Martínez, señaló a la prensa: “Acatamos y apoyamos la paralización de fuentes fijas de emisión, ya que la contaminación ambiental es un problema de salud pública que hay que enfrentar con urgencia y decisión. Sin embargo, en lo que respecta a nuestro sector, las emisiones han bajado de manera considerable, al menos en los últimos 28 meses, ya que nuestra actividad productiva se encuentra en niveles mínimos”.
No olvidemos que la fiscalización a las empresas se ha realizado sistemáticamente por más de 25 años y es tiempo de renovar la política ambiental para ampliar y considerar en el listado a los nuevos contaminantes.
Queda pendiente, la regulación de la calefacción a leña en zonas rurales y el transporte de carga, junto a la emisión de compuestos orgánicos, como la evaporación de las gasolinas. Por otro lado, aún existen fuentes de emisión que no han sido fiscalizadas como los más de 68 vertederos ilegales existentes en la Región y las 500 ferias libres que realizan quemas de desechos sin autorización. También hay empresas que trabajan con pinturas y solventes, como lavasecos y serigrafía, que producen contaminantes que hasta hoy, se emiten sin fiscalización.
“Tiene que haber una política de largo plazo, por parte de los ministerios pertinentes, que fije metas y objetivos bien claros. El problema debiera ser abordado desde distintos focos y las soluciones implementadas de manera progresiva. Resulta clave incorporar el uso de combustibles más limpios. Abordar a corto plazo una situación de contaminación grave siempre va a ser solo una medida paliativa”, asegura Trinidad Lecaros.
Tal como señala la economista del Instituto Libertad, está pendiente una coordinación entre los ministerios y la preparación de estudios confiables que entreguen un diagnóstico más certero y una política ambiental a largo plazo.
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